miércoles, 14 de marzo de 2012

Capítulo III

Cuando llegué a casa la puerta estaba abierta y mi padre a punto de salir:
-Hola cariño! ¿Qué tal el primer día?
-Mmmm... no ha estado del todo mal. - Dije con una sonrisa burlona. En una milésima de segundo recordé todo lo que me había ocurrido hasta el momento.
-Me alegra oír eso - Dijo sonriendo. Papá sabía muy bien que yo no era de las que admitían que se habían equivocado, y yo me había pasado las últimas semanas quejándome de lo mal que lo pasaría en el instituto. Mi padre ya no tenía a penas paciencia conmigo, a diferencia que mi madrastra. Mi madrastra no era lo que me esperaba de ella, era jústamente lo opuesto a lo que pensé que me depararía al llegar a casa de mi padre. Cuando mi madre murió solo deseaba que el resto de mi vida no fuese muy complicada, por mucho que en la vida siempre tendría que vivir todo tipo de situaciones. Para empezar, quería deshacerme de cualquier amor y desamor. Para continuar y con bastante importancia, no quería llevarme mal con mi madrastra, pero no iba a esconder mi carácter ante ella, ni mucho menos. Cuando la conocí, comprobé que mi padre no tenía mal gusto y que tenía un carácter bastante compatible con el mío. Se notaba que no era mi verdadera madre, porque eramos auténticos polos opuestos: ella tenía los ojos azules, yo verdes. Ella era rubia, yo morena. Ella tenía una melena cortita y lisa, y yo el pelo oscuro, largo y ondulado. Ella tenía un puntillo elegante y yo era más basta que pija o elegante.
- ¿A donde vas?
- Tengo que salir a comprar algunas cosas, vuelvo más tarde.
- Vale, yo iré a picar algo y dormiré el resto de la tarde. Estoy agotada, no me despiertes cuando vuelvas.
Asintió y se marcho con paso ligero. Crucé la parte asfaltada del jardín hasta la puerta que mi madrastra recientemente había mandado a barnizar sin hacer demasiado caso a las flores que necesitaban ser regadas urgentemente y al césped que había sido cortado no hacia mucho por el hijo de un amigo de mi padre, que, por cierto, no estaba nada mal. La casa no era muy grande, pero era acogedora y muy bonita. Aparte de que teníamos tres habitaciones, poseíamos un salón de lectura y un sótano para tocar la guitarra cuando me entrara la inspiración, éstas dos eran las partes favoritas de la casa. El sótano era bastante amplio, y el hecho de que estuviese vacío excepto por el sofá viejo y destartalado, pero infinitamente cómodo y la diana que había colgada en una pared, estaba completamente vacío. Pero así me gustaba, era perfecto en su simplitud.
Entré en casa y me dirigí primero hacia la cocina, donde encontré a mi madrastra sentada en la mesa, comiendo.
Me serví las alubias y el filete demasiado pasado y me senté en frente de ella.
- ¿Que tal ha ido el primer día?- Dijo con una sonrisa divertida, obviamente había oído lo que habíamos dicho mi padre y yo. Aun así le contesté.
-Ha ido bien. - Dije con la boca medio llena.
Carraspeo.
-Ves? No hace falta quejarse tanto.- Acabó lo que había en su plato, se levantó y me alborotó el pelo al tiempo que salía.  Me aparté y la empujé jugetonamente.
-No me toques el pelo Melanie- -Me dijo desde el primer día que podía llamarla o bien mamá o por su nombre, pero aun me sentía incomoda llamando a alguien que no fuese mamá de esa manera, así que la llamaba Melanie y a veces incluso Mel.
Cuando acabe, recogí la mesa y fui hacia las escaleras, las subí dando brincos y cuando llegué a mi cuarto tiré la mochila al lado de la puerta, me quité los zapatos y los vaqueros, y me eché en la cama. Desde ahí observé el panorama durante unos momentos antes de quedarme frita, para ser sincera me gustaba mas que mi habitación en Canadá. El cuarto era amplio, luminoso, y mi madrastra lo había decorado dejándome margen para personalizarlo. Delante de la puerta se encontraba una puerta doble que daba paso al balcón, y en medio de estos una alfombra peluda negra, sobre la que me gustaba tumbarme en ropa interior, aunque no sería una imagen muy adecuada para un menor, esa tela de la que estaba hecha la alfombra era suavísima y no podía evitar hacerlo.  A  la derecha se encontraba mi armario, que tenía tres puertas y estaba pegado al escritorio, con mi portátil encima y un par de cosas tiradas. Al otro lado, en la izquierda, mi cama sobre un suelo al que subías con dos escalones, la cama era bastante grande, no enorme, pero más grande que una cama normal, la colcha color verde azulado me encantaba. Mis paredes estaban decoradas con pósters “Panic! at the disco”, “Birdy”, “Kings of Lion”, “Simple Plan” y “Adele” entre otros. El suelo estaba repleto de trastos, pero ni mi padre ni mi madre entraban a mi cuarto así que todo estaba bien. Fui cerrando los ojos poco a poco mientras caía en un profundo sueño. Hora de descansar fue lo último que pensé antes de quedarme dormida.

No me desperté hasta la mañana siguiente con el ruido del despertador resonando en los oídos. Me estiré y me dirigí al baño solo con la camiseta de Metallica. Mi padre estaba en el trabajo y mi madrastra a esa hora salía a correr, así que la casa era toda mía. Me metí a la ducha y puse el agua fría para despejarme. Además, en California el calor era terrible, así que no iba a ponerme enferma por una ducha fría. Salí y me dirigí de nuevo a mi cuarto con la ropa en las manos y el pelo goteando, me puse lo primero que pillé en el armario, mientras me mantenía concentrada en no salirme de la alfombra negra y empapar todo el suelo. No pienso secarme el pelo, no me da tiempo y con este calorazo se secará sólo. Cogí la mochila del mismo lugar donde la había puesto la tarde anterior y corrí hacia mi coche, tropezandome primero en las escaleras y después en el jardín. Tengo que buscar un curro para cambiar esta mierda. Conduje hasta el parking del instituto y al bajar del coche me volví a cruzar con mi nueva amiga, que tuvo la prudencia de mantener su bocaza de besugo cerrada esta vez, aunque no pudo retirar su mirada de mí. Le sonreí con desdén y me dirigí a mi primera clase. Ese día iba a ser eterno, porque desde el día anterior estaba deseando que llegaran las cinco para presentarme a las pruebas de animadoras. No pude evitar sonreír al imaginarme la cara de Barbie Alfa cuando me viese ahí. Más que nada quería demostrarle que ella no iba a ser más que las demás chicas del instituto, y se iba a seguir dando cuenta que iba a plantarle cara, no me iba a cortar para nada. Me dí cuenta de que aun no me sabía ni su nombre, tendría que preguntarlo por ahí, aunque tampoco quería mostrar un excesivo interés. No quería comenzar una guerra, solo quería hacerle arrepentirse de todas sus malvadas acciones y hacer que espabilara, porque ella no era nadie para hacer sentir a más de una chica del instituto como una mierda.
Todas eramos perfectas a nuestra manera, y todas teníamos nuestros pros y nuestros contras, pero ella solo conseguía realzar sus pros y los contras de las demás, amargando a más de una chica, algunas la tenían como modelo y oír humillaciones provenientes de esa bocaza no les servía de mucho.

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